Si tuviésemos que destacar a un experto que ha ayudado a millones de sus lectores con sus blogs y con su libro titulado “Hábitos atómicos”, permitiendo que estos mejoraran sus tendencias a procrastinar, ese sería James Clear. Como él dice, debemos comprometernos con nosotros mismos para no caer en el “Valle de las Desilusiones”, siempre poniendo más atención en las herramientas que desplegamos para conseguir un objetivo, que en el mismo objetivo que nos hemos marcado previamente. James Clear propone que debemos definir claramente el hábito que deseamos desarrollar que estará a su vez asociado al objetivo a cumplir.
Desarrollando el hábito se nos hará mucho más fácil conseguir el objetivo
Y la forma de desarrollar el hábito es dedicarle dos minutos al día para convertirlo en algo cotidiano de nuestra vida. James Clear se apoyó en las conclusiones de un estudio de la Universidad de Utrecht, en los Países Bajos, en el que se explicaba que en cualquiera de nosotros aparece un conflicto entre lo que nos apetece hacer normalmente y lo que deberíamos hacer para conseguir un objetivo que nos hayamos fijado.
Nuestra mente tiene la habilidad de “despistarse” fácilmente y desviarnos de nuestros planes iniciales. Sin embargo, según los expertos de esta universidad, si el compromiso de hacer algo de forma diaria es de una duración de alrededor de dos minutos, es asequible porque no sentimos que “nos quita tiempo para otras cosas”. Hacer cosas pequeñas, sencillas, de forma continuada, que nos lleve ese pequeño lapso de tiempo hará que nuestro cerebro se acostumbre a esas tareas, regulando energía y motivación necesarias para ello. La idea es comenzar de esta manera y luego, poco a poco, ir invirtiendo de forma paulatina, algo más de tiempo, saltando de lo fácil a lo difícil poco a poco.
La famosa Regla de los 2 minutos también se puede enfocar de otra manera
Según la experiencia de David Allen, otro estudioso del tema y creador del GTD (Getting Things Done), la mayoría de nosotros posponemos el llevar a cabo una tarea, no por su dificultad, sino por “falta de ganas” ya que seguro que tenemos talento y habilidad de sobra para hacerlas. Aquí, esta regla de los dos minutos se transforma en lo siguiente: si tengo algo que hacer y creo que va a costar menos de dos minutos, lo hago ya.
Si creo que va a costar más tiempo, puedo programarlo para otro momento en que disponga de más tiempo, pero lo programo ya, en este momento, ya que, por lo general, programarlo va a costarme también menos de dos minutos.
En nuestra vida cotidiana, anotar lo que hay que comprar, preparar una lavadora, sacar la bolsa de basura al lugar donde nos la recogen, guardar en su sitio algo que ya hemos terminado de usar sin previsión de necesitarlo otra vez, … lleva menos de dos minutos hacerlo. Si pensamos en el trabajo, leer un correo electrónico, contestar a otro, breve, que precise poco tiempo, revisar una anotación realizada el día anterior, archivar un documento, activar una copia de seguridad de nuestro ordenador, … también lleva menos de dos minutos el hacerlo.
Hay infinidad de tareas cortas y sencillas que cuanto nos damos cuenta de que hemos de realizarlas, si lo dejamos pasar por miedo o pereza, se pueden ir convirtiendo en “bolas de nieve que van creciendo” y que retomarlas más tarde para hacerlas supone mayor complejidad y resulta más costoso que si las hubiésemos hecho en el momento en que nos dimos cuenta de que debíamos acometerlas.
Practicar la regla de los dos minutos nos acostumbra a seguirla
Además, el seguir este método de actuación, como proceso, nos genera el hábito de hacer, que siempre nos va a ayudar a convertirnos en alguien más productivo y efectivo. Con todo lo visto, puede que esta Regla de los 2 minutos sea una buena herramienta en nuestra lucha contra la procrastinación. ¿Por qué no probar?
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Especialista en optimización y control industrial. Profesor del área de Mantenimiento y Producción en SEAS, Estudios Superiores Abiertos, centro de formación online del Grupo San Valero.