El 9 de enero del 2011, RTVE emitió el programa “Comprar, tirar, comprar” que habla acerca de la historia de algunas empresas en acortar la vida útil de sus productos para fomentar el consumo. Ha sido uno de los documentales más premiados desde entonces
I Premio Science, Technology and Education – GZDOC 2010 (China); Mejor documental – Academia de Televisión, 2011 (España); Mejor documental – SCINEMA 2011 (Australia); además de varias menciones especiales y premios al primer finalista.
Parte del documental se centra en las lámparas de incandescencia. En el año 1911 las lámparas que se comercializaban se anunciaban con una vida estimada de 2500 horas, años más tarde en 1924 los fabricantes pactaron reducir su vida útil a 1000 horas para fomentar el consumo entre la población. En aquella investigación encontraron pruebas documentales que acreditaron esta mala práctica entre los fabricantes.
Otra parte del documental demuestra cómo esta mala práctica llega hasta nuestros días en equipos de consumo, en su ejemplo una impresora. Parece estar programada para que llegado a un número de copias deje de funcionar y resulte más económico comprar una nueva que tratar de repararla.
En un mundo capitalista donde la principal (o única) finalidad de las empresas es ganar dinero, es de esperar que este tipo de estrategias estén presentes. No solo es una forma de gastar dinero innecesariamente sobre todo es una forma de hacer un mal uso de nuestros propios recursos.
En el documental de RTVE y otros artículos que hacen referencia al mismo, se centra el debate en los fabricantes y en su afán por vender, pero considero que sería necesario añadir al debate a los propios consumidores ya que nosotros también contribuimos en este proceso.
No es lo mismo el caso de obsolescencia programada donde el fabricante limita por software la vida útil de un producto, como el caso de la impresora; que el caso en el que el fabricante utiliza otros materiales que acorten la vida, como por ejemplo la lámpara.
En el primer caso, la limitación por software, no puede existir otro argumento que la venta de nuevos productos y claro perjuicio para el consumidor. En el segundo caso podrían añadirse más matices. Utilizar otros materiales que acorten la vida puede tener otras justificaciones, como por ejemplo reducir los costes de un producto. Hacer esto con un producto, en un mercado libre, da opciones al consumidor a elegir entre precio y durabilidad. Tampoco sería el caso del cártel de empresas que acordaron limitar las horas de vida de las lámparas, ya que ninguna opción dejaba a los consumidores.
Hoy un consumidor puede elegir entre una lámpara LED, que consume casi un 50% menos de energía y dura más de 10 veces que una lámpara de bajo consumo convencional. A cambio debe pagar casi 10 veces más por ella, dinero que se rentabilizará en un ahorro energético y en no tener que sustituirla en casi 50.000 horas. A pesar de la ventaja de la tecnología LED, hoy el porcentaje de ventas de este tipo de lámpara es minoritario. A veces el cliente no siempre quiere el producto más duradero si esto supone un incremento importante en el precio, aunque a la larga salga más económico.
Existen otros factores además de la duración de un artículo. El precio, la moda, el cambio de tecnología pueden tener tanto o más influencia para el consumidor. Qué sentido tendría diseñar un teléfono móvil capaz de durar 10 años si a los 3 ya queremos cambiarlo porque han sacado otro de mejores prestaciones. No tendría sentido que el fabricante se esforzara en utilizar materiales que dieran esa duración, que encarecieran el producto y que el usuario no lo aprovechara.
La obsolescencia programada parece una realidad demostrada pero considero que hay que contextualizarla en nuestra sociedad. La moda, las nuevas tecnologías y el precio de los productos, pueden tener mayor influencia que la duración de éstos.
Post publicado por: Antonio Lacueva
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