Se cuenta que hace ya un tiempo, unos científicos realizaron un experimento con cuatro monos. Los metieron en una habitación, en el centro de la cual había una escalera que permitía alcanzar una bandeja de plátanos cerca del techo. En cuanto uno de los monos subía por la escalera para coger los plátanos, los científicos duchaban a todos los monos con agua helada, lo que hacía que desistieran inmediatamente de su intento.
Este proceso se repitió todas las veces que algún mono intentaba subir a por los plátanos, hasta que, al final, cuando algún mono intentaba subir por la escalera, sus propios compañeros le apalizaban para hacerle desistir de su intento y evitar la ducha fría.
Llegados a ese punto, se sacó a uno de los monos de la habitación, introduciendo uno nuevo que no había participado anteriormente en el experimento, y que, por tanto, no había visto lo que pasaba cuando alguien intentaba subir a por la bandeja de plátanos. Cuando el nuevo mono, hambriento, se acercó a la escalera, sus compañeros lo agredieron con saña ante la posibilidad de una ducha fría. Tras varios intentos, al nuevo mono le quedó claro que no podía acercarse a los plátanos, so pena de llevarse una paliza.
A continuación se sacó de la habitación otro de los monos que empezaron el experimento, y se introdujo otro nuevo. Como ocurrió en el caso anterior, al intentar ir a por los plátanos el mono recibió de sus compañeros un montón de cachetes.
Lo curioso es que el mono que introdujeron a mitad del experimento y que no había sufrido la experiencia de la ducha fría, también participó en la paliza, aun sin saber porqué. Para él “no estaba permitido acercarse a la escalera”.
Llegado un momento, no quedó ningún mono del grupo inicial. Sin embargo, sustituido el último de los monos del grupo inicial, el comportamiento del grupo siguió siendo igual: en cuanto un nuevo mono intentara acercarse a la escalera, recibía una paliza. Y ninguno sabía porqué, ya que ninguno de ellos había vivido la experiencia de ser rociado con agua helada.
La h24 es un reflejo a escala de la realidad de las empresas. Todas ellas se caracterizan por tener una cultura propia, lo que acertadamente E. Schein describía como “el nivel más profundo de los supuestos y creencias básicos compartidos por los miembros de una organización y que funcionan de manera inconsciente”.
Si esta cultura es conservadora, resistente a los cambios, quien pretenda en su seno innovar en productos, procesos o gestión se encontrará, sin saber porqué, con una soberana paliza.
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