No siempre sabemos distinguir lo que sentimos hacia otras personas. Hay una delgada línea de separación, por ejemplo, entre la compasión y la lástima. Mientras que cuando sentimos lástima todo se queda en una sensación de pena y tristeza que emerge en nuestro interior al ver que alguien está sufriendo, si sentimos compasión, además, sentimos el impulso de ayudarle, de consolarle, de intentar aliviar su situación. La compasión añade acción a la lástima. Hay autores que exageran su posicionamiento teórico afirmando que sentir lástima por alguien hace que nos sintamos en ventaja sobre él, y en caso de platearnos ayudarle, le regalamos “algo que nos sobra”
La compasión es la que nos convierte en generadores de ideales, en activistas en defensa de otros, en voluntarios de asociaciones de ayuda, …
El viejo concepto: la empatía
Otro término que complementa a los anteriores es la empatía. Se trata de esa capacidad que tenemos de “ponernos en el lugar del otro” intentando sentir o que están sintiendo ante determinada circunstancia. Veo y comprendo lo que sienten y piensan otras personas, sin que necesariamente tenga que estar de acuerdo. Aunque nos ponemos (o al menos lo intentamos) en la misma situación que la otra persona, “en sus zapatos” como dicen los americanos, no abandonamos nuestro YO. Otra cosa es que desde esa situación podamos evolucionar hacia la simpatía o hacia la antipatía.
El nuevo concepto: Compatía
Al Sierbert es un gran experto en comportamiento humano a nivel mundial. Y definió un nuevo concepto que combinaba compasión y empatía. Se trata de la compatía.
Reconozcámoslo. Estamos involucrados en un conflicto y aparecen frases, dichas por unos u otros: “Relájate, por favor”, “¿Por qué te pones nervioso? Tampoco es para tanto”, “Tranquilo”, …
¿Y qué se consigue con ellos? Justo el efecto contrario. Los “contendientes” aumentan todavía más su ira y enfado, siendo cada vez mayor esa barrera que impide hablar y solucionar el conflicto.
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo podríamos actuar? Al Siebert propone seguir las indicaciones que se detallan a continuación.
Lo primero de todo, dado que los problemas se resuelven mediante el dialogo, habría que facilitarlo. Debemos dar la oportunidad de explicarse a la otra persona para descubrir que es lo que le molesta. Cuando nos lo esté refiriendo, deberemos practicar la escucha activa. Para demostrar que estamos intentando sintonizar positivamente, podremos pedir aclaraciones mediante preguntas abiertas ya que, dependiendo del estado de nerviosismo, no todos tenemos la misma capacidad de expresarnos claramente. En todo este proceso, controlar tanto la inclinación emocional positiva hacia la persona como la negativa (simpatía y antipatía). En caso contrario, dejaremos ce estar en escucha activa y perderemos todo lo invertido hasta este momento. Deberíamos agradecer el esfuerzo y valentía que muestra la otra persona al compartir cómo se siente con nosotros. Para finalizar, deberíamos preguntarle qué es lo que quiere y trazar un plan común para conseguirlo. Verbalizar nuestros deseos nos ayuda y ayuda a quienes quieren echarnos una mano.
Al Siebert recomienda su metodología para resolución de conflictos, no solo para adultos, sino también para conflictos con niños, entendiendo en este caso que habría que adaptarse a edades y situaciones.
No cabe duda que la compatía nos convierte en personas de mayor tolerancia y puede resultar una herramienta muy interesante si a nuestro alrededor abundan personas de “trato difícil” y con tendencia a vivir enojadas, con o sin razón. Como humanos, podemos ayudar a hacer de este mundo, un mejor lugar para vivir y convivir.
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Especialista en optimización y control industrial. Profesor del área de Mantenimiento y Producción en SEAS, Estudios Superiores Abiertos, centro de formación online del Grupo San Valero.