Quisiera en este post, realizar una reflexión, sobre la forma en que diferentes estados del planeta afrontan la necesidad imperiosa por asegurarse un suministro energético fiable, duradero y a un precio estable y competitivo, que permita a sus economías competir con el resto en igualdad de condiciones. Para ello quiero fijar mi atención, a modo de ejemplo, en dos estados muy diferentes, España y EEUU, que han reaccionado, ante el problema, de manera opuesta.
Hace una década, ambos estados, partían de una posición de dependencia energética similar. EEUU era enormemente dependiente del petróleo que importaba de la OPEP, y España, a su vez, dependía en gran medida del petróleo y gas procedente del norte de África. Con un mix de producción eléctrica muy similar y una aportación muy importante de las centrales de carbón, las más contaminantes por cada KWh producido, que poseen un rendimiento térmico que apenas alcanza el 30%.
Aquí es donde encontramos la primera diferencia, mientras EEUU es un gran productor de mineral de carbón, y exportaba unas 50 millones de toneladas/año, España no dispone de suficiente producción minera, y se ve obligada a subvencionar el carbón nacional e importar mineral foráneo. A partir de aquí, las medidas tomadas por las autoridades de ambos países discurren en direcciones opuestas.
EEUU mantiene una fuerte inversión en investigación y desarrollo en energías renovables para disponer de ellas en el futuro, cuando sus tecnologías estén maduras. Pero al mismo tiempo empieza a desarrollar una técnica llamada Fracking, que podría obtener beneficio económico de los enormes recursos fósiles que posee en el subsuelo, ocultos en formaciones geológicas que dificultan su extracción.
Paralelamente, España, bajo el auspicio de la Unión Europea, aprueba una legislación que impulsa de una forma muy decidida la instalación de energías renovables con el fin de reducir sus emisiones de CO2 y su dependencia energética, sin tener en cuenta que la tecnología disponible no está madura y resulta económicamente muy costosa. Para conseguirlo, destina una enorme cantidad de dinero en forma de subvenciones directas que costean, por un lado, los consumidores a través del recibo de la luz, y por otro, lo que ha venido a llamarse Déficit de Tarifa eléctrica, que asume el estado garantizando su pago con los impuestos de los ciudadanos.
Ante estrategias tan distintas, el resultado final de las mismas ha sido muy diferente, como era de esperar.
EEUU en 2012, gracias al empleo de Fracking, consiguió reducir el precio del gas natural en un 45%, frente al precio que paga Europa, por el gas procedente de Rusia, países Escandinavos y medio oriente. Esto ha permitido a EEUU reequilibrar su balanza exterior de pagos y reducir la prima de riesgo que paga su deuda. Paralelamente ha construido centrales eléctricas de ciclo combinado que tienen un rendimiento térmico de más de un 50%, reduciendo el consumo de carbón, mucho más contaminante, que ahora exporta a Europa aprovechando los altos precios que paga ésta por el mineral.
Sus exportaciones de carbón ascendieron a 120 millones de toneladas en 2012 desde los 50 millones de la década anterior. Al mismo tiempo que ha reducido en más de un 7% sus emisiones de CO2, gracias al mejor rendimiento de sus centrales eléctricas.
EEUU está a punto de conseguir su total independencia energética, prevista para 2016 o 2017, permitiéndole retirarse de multitud de conflictos armados que mantenía en el exterior para mantener la seguridad de suministro de petróleo. Su economía avanza a tasas del 3,5%, su sector energético ha creado más de 2 millones de puestos de trabajo en los últimos 5 años y se despide de la crisis poco a poco.
España sin embargo ha seguido el camino opuesto, con unos costes energéticos prohibitivos, unos precios del gas natural indexados al petróleo y una dependencia exterior de más del 80% de la energía primaria que consume. Hundida por un sistema eléctrico enormemente endeudado, al que hay que añadir los más de 30.000 millones de euros de déficit de tarifa eléctrica, un déficit comercial energético galopante, y una tarifa eléctrica que ha escalado más de un 70% en 5 años, afectando negativamente a la competitividad de su economía.
La economía española, para volver a ser competitiva, se ve obligada a realizar un tremendo ajuste por la vía de la reducción de empleo y salarios, condenando a la pobreza energética a una parte cada vez mayor de su población.
Mientras, parte del sector eléctrico español, específicamente el de las centrales de ciclo combinado, idénticas a las construidas por EEUU, se encuentra en parada técnica y éstas a punto de ser desmanteladas. Las renovables están al borde del colapso financiero por la reducción de subvenciones y con un terrible endeudamiento de todos los integrantes del sistema eléctrico que amenaza con dejar una herencia económica funesta que deberán pagar futuras generaciones.
Dedicamos en Europa enormes cantidades de dinero a reducir las emisiones de CO2, al mismo tiempo que subvencionamos el incremento de producción eléctrica a través de la quema de carbón importado de América, mientras, EEUU reduce sus emisiones obteniendo un beneficio económico de sus exportaciones de mineral y una reducción de sus costes energéticos.
La técnica del Fracking, no es perfecta, y conlleva algunos riesgos medioambientales, sobre todo si se emplea de una forma incorrecta o en explotaciones no adecuadas.
Europa está más densamente poblada que Norteamérica, y si opta por la vía del Fracking, no tardarán en aparecer dificultades con la población local e interrogantes medioambientales. Todo ello sin mencionar la enorme burocracia Europea que ralentizaría el proceso en el mejor de los casos. Pero continuar por el actual camino tampoco es posible.
Las relaciones políticas entre Europa y sus suministradores se tensan día a día, los conflictos políticos con Rusia, los conflictos en África y medio Oriente, no dejan de aumentar, y Europa se ve obligada a intervenir, con un papel cada vez más activo.
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